EL BOTÓN DEL PÁNICO
El ruido fue estrepitoso. De pronto, en el sótano, se levantó una polvareda inmensa, las alarmas sobresaltaron a la comunidad y los inquilinos corrieron despavoridos por la escalera de incendios. Desconcertado, el conserje pulsó el botón del pánico, apenas un poco antes de que los teléfonos comenzaran a sonar histéricos. Enseguida llegaron los servicios de emergencias, y los curiosos se agruparon entre los periodistas, ante el fatídico número de la famosa calle madrileña. El olor de la sangre fresca se mezcló con la polvareda que inundaba el edifico. Los más avispados corrían escaleras arriba jadeando, para llegar cuanto antes a la planta noble, sin esperar a saber con claridad lo que había pasado. Solo unos pocos valientes bajaron al sótano, cuando ya sabían que allí encontrarían el cadáver, aún caliente, de su jefe. Nadie comprendía el motivo por el que se había desplomado el ascensor de repente, justo cuando estaban llegando a la planta principal. —Sin duda, esta