Este breve relato trata de ser un sencillo homenaje a esas mujeres cuya mala fama se basa en simples leyendas urbanas.
Qué fácil es culparnos de vuestro fracaso. Reconozcámoslo: al
principio, todas sois maravillosas.
No mentía, cuando contaba que estaba encantada contigo.
Una chica adorable. Un valor añadido a la familia. Mi hijo no podría haber tenido
mejor suerte.
Todo se torció el día que compré aquella alfombra tan
bonita, ¿la recuerdas? Tú la rechazaste y él se calló porque es un chico educado.
Pero sufrió, lo sé.
No se atrevió a contrariarte, prefirió sacrificar el orgullo
de su madre. Yo acepté el agravio. Una hace cualquier cosa por no causarle
problemas a un hijo, y menos con su
esposa.
Que tu vida sea un
infierno te lo has ganado a pulso. No me culpes.
Nos has decepcionado. Eres una desagradecida. Una advenediza que no has sabido valorar lo bien que te hemos
acogido en esta familia. No eras nadie, hasta que lograste cazar un buen
partido.
No sé qué había visto
mi hijo en ti. Un chico tan culto, tan buen mozo. Y tú… no hay más que verte.
No me extraña que te engañara con la primera que pasó por delante, en cuanto se le curó la ceguera. Lo habías hechizado, estoy
convencida.
Menos mal que ha despertado a tiempo y no mezcló nuestra sangre
con la tuya. Lo atarías de por vida.
Ahora está feliz. Esa chica es una maravilla. Casi perfecta.
Acabo de ver una colcha preciosa. Quedará genial con las cortinas que les compré el otro día.
¡Tiene tan mal gusto para decorar la casa!