Aceptar una oferta de trabajo como
persona de compañía de un anciano amargado no era el mejor plan de mi vida. Desde el principio supe que no sería una tarea agradable.
—El señor es de carácter difícil —me
advirtió su sobrino—. Un hombre triste que nunca superó la muerte de su esposa.
Por eso usted debe ser paciente y saber entender sus arrebatos de mal humor.
Por lo demás, comprobará que es un hombre educado y culto que adora los libros
y la música. Mentiría si le digo que mi tío es encantador, sé que no se deja
querer con facilidad. Pero confío en que encontrará la manera de entenderse con
él. Yo solo me ocupo de buscar la persona adecuada, es él quien ha tomado la decisión
y le pide que comience cuanto antes. Como ya sabe, su visión es muy deficiente. Por eso le ha dado tanta importancia a la voz de las candidatas, y la suya le ha
fascinado. De hecho, insiste en que el salario no sea un impedimento, ya que está
dispuesto a ser generoso. A cambio, usted deberá venir todas las tardes a su
casa, excepto los domingos y los festivos, y su cometido será acompañarle de
manera activa.
Y aquí estoy, ni por mi conciencia
social sobre la soledad en la vejez, ni por la ambición de un salario que dobla
a cualquiera de los que he ganado hasta ahora. Lo que realmente me motiva, para
enfrentarme a este reto, es la idea de poder estar todas las tardes en
esta asombrosa biblioteca repleta de libros antiguos.
Tengo veinticinco años, y vivo con mis
padres en un pueblo marinero a trece kilómetros de este palacio. Terminé mis
estudios de enfermería hace un par de años, pero, sin duda, me atrae más el
arte. Y sobre todas las cosas, adoro la poesía.
Desde la primera tarde, comprobé que el
sobrino del señor marqués no había exagerado. El hombre vive entre la soledad
de sus posesiones y es tan gris como su pelo. Se llama Marcial. Concretamente, debo
llamarle Don Marcial. Y sí, es bastante huraño. Tardó casi un mes en sonreírme,
aunque siempre se mostró amable conmigo. Sabía que no iba a tener muchas
oportunidades de encontrar a otra joven que aceptase este empleo con alegría y
buen humor.
En esta casa todo huele a pasado. Los
espesos cortinajes de las ventanas impiden que pase la luz exterior, y los retratos que cuelgan
en las paredes del palacete parecen fantasmas que me vigilan sin
descanso. Según mi jefe, sus antepasados
son los únicos familiares que le caen bien.
Todo lo demás no me disgusta. Cada tarde, al regresar del pequeño paseo por los jardines de la plaza, nos acomodamos en la sala repleta de libros y leo en voz alta para Don Marcial. A pesar de su limitada visión, sabe dónde se ubica cada uno de ellos, y en su escritorio siempre hay un poemario, del que le debo recitar un poema cada día.
El noble señor me inspira ternura. Verso
a verso, noto como su mirada recupera el brillo. La poesía es un bálsamo
sanador. Se la recito con pasión, con calma, con el alma abierta de par en par.
Se emociona, y por esa rendija le inyecto la motivación vital.
Según su sobrino, su ánimo ha mejorado.
Se enoja menos y se le están olvidando algunas de sus manías.
Es cierto, el hombre se recupera del
ostracismo. Su piel está menos pálida y alguna vez se ríe a carcajadas, cuando
añado a la lectura la historia de un par de brujas pícaras que invento sobre la
marcha. Entonces en sus ojos brilla la ilusión de un niño.
Sé que me estoy ganando su
confianza, por eso ayer le conté que escribo poesía.
Hoy es su cumpleaños. Traigo una tarta y
mi cuaderno de poemas para darle una
sorpresa. Siento pudor por intentar competir con sus libros.
En el salón, espera el pianista que
contrató su sobrino para amenizar esta tarde especial. Alguien abrió las
cortinas y el paisaje otoñal asoma su luz por las ventanas, llenando la tarde
de nostalgia. La atmósfera que envuelve esta casa insulsa, cuando suena la
música en el viejo piano, me seduce. Me siento al lado del hombre emocionado y
estrecho sus manos entre las mías. Mirándole a los ojos le recito:
Teje
la melancolía
cortinas del pasado
con hilos de lana vieja.
La luz desteje la trama
del
alma deshilada
en
el telar de la vida.
Vestida de hojas
secas
llega esta tarde
nueva, para ser tuya
fresca, para ser mía
libre, para ser nuestra.
Soplo la vela azul que adorna el pastel
que celebra la vida y le beso en la frente.
Una emoción nueva me recorre el alma.
Beso sus lágrimas y deseo que este momento se quede anclado para siempre. Por
unos instantes, se desvanece el abismo que nos separa. Sus manos temblorosas asen las mías, temerosas de
romper el hechizo. Le ofrezco el beso, y los labios se abren como rosas
deshojándose en la proximidad de los cuerpos.
El pianista sigue el concierto, ajeno a
nuestro maravilloso y breve encuentro con el deseo. Leo los sueños de Marcial y
me estremezco al sentir la verdad. Me
sorprende este sentimiento tan alejado de la debilidad y la compasión. Mientras,
los dedos escriben versos en la piel.