— ¡Oh, querida! ¡No pasan los años por
vos! ¡Estás divina!
Su voz es inconfundible. La mujer exuberante, alta y rubia, que
se acerca a saludarme en la terminal del aeropuerto, es mi amiga de la
infancia. La reconozco enseguida, a
pesar del tiempo sin vernos y sus retoques estéticos.
— ¡Qué linda estás, Susanita! ¡Qué alegría encontrarte!
— Llamame Susy, querida… Ya no somos aquellas niñas del
barrio… Ahora yo soy influencer…Y vos… ¿Sabés?
Te vi en los diarios. ¡Embajadora de Naciones Unidas! ¡Siempre tan idealista, Mafalda!…
Y esa chica, Greta, simple imitadora… Leyó demasiadas tiras de Quino, ¿no es cierto?
— Bienvenida sea.
— ¡Qué cosas tiene la vida! Justo ahora nos encontramos con
Felipe en el avión. Al fin logró su
sueño de volar. Es piloto… Disculpá. Te presento a mi esposo, Carlos Luis.
Tenemos dos chicos. ¿Vos, tenés hijos?
—Un gusto, Carlos… Adopté una niña.
— ¿Te puedes creer que un día me encontré a Manolito
viajando en primera clase? ¡Quién lo diría! Está podrido de plata, ya no repara
en gastos. Tiene una cadena de supermercados, muy conocida en España… Se llama…
No recuerdo ahora… ¡Soy puro desastre!… Y vos, ¿dónde vivís?
— En Sudáfrica.
— ¡¿De veras?! ¡Trabaja Miguelito allá! Es ingeniero de
minas. ¡Si lo viese su mamá, todo sucio de tierra!
— ¡Lo sacudiría!
— Y Libertad, ¿sabés algo de ella?
— Sobreviviendo... Cada día lo tiene más complicado.
— ¿Tus viejitos? ¿Y Guille?
— Guille es tour operador. Se la pasan viajando juntos.
—Oh, Mafalda, ¡el mundo es un pañuelo! ¡Abrazame, amiga!
© Carmen Ferro.