domingo, 10 de enero de 2021

ELISA

 


     

             Odiaba el mal olor del hospital, pero entrar en aquella habitación y percibir a mi madre por encima de todas las cosas, me devolvió la calma.

Solté la mano de papá y me acerqué a darle el ramo de rosas. Mamá ya olía distinta, sin embargo, en su abrazo estaba la ternura de siempre y sus besos seguían sabiendo a gloria.

 Estrechó mis manos en la caricia y las guio hacia el bulto que tenía en el regazo.

—Esta es tu hermanita Elisa. Vamos a conocerla con mucho cuidado, mi cielo, es una niña muy pequeña y necesita que seas delicado con ella.

Y con la yema de mis dedos la dibujamos despacio.  

—Aquí tiene la boca—me decía— y este botoncito es su nariz. Los ojos ahora están cerrados, ¡es una dormilona!

Mamá  la mostraba con una dulzura infinita, paseando la mano por la maravillosa piel recién nacida de mi hermana. ¡Qué olor  tan delicioso! Aún recuerdo la emoción al sentir sus diminutas manos en las mías y el tacto de la cabecita, suave como el pelo de nuestro gato.

Yo sonreía feliz. Ella, de pronto, lloró. Su llanto me recordó el maullido de Ron, pero mi niña era una fruta dulce, con la piel calentita y tierna como el pecho de mamá.

Entonces solo tenía seis años y desconocía muchísimas cosas, que también aprendí paseando los dedos despacio. Esa vez acerté de pleno:

— ¡Elisa es un melocotón!


                                                                                        © Carmen Ferro.




EL REGRESO

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