miércoles, 30 de agosto de 2023

CORRESPONDENCIA ABIERTA

 

       © Carmen Ferro.   


 

 

   

Querido Clyde:

    Te hablaré en presente, amor, porque sé que nadie se va del todo mientras alguien le tenga presente en sus pensamientos. Y yo no dejo de pensarte, como he hecho siempre.

Al principio, creía verte cuando llegaba a casa, distraído en la lectura de los cuentos, escuchando la  música que a ti tanto te gusta. Entonces, me acercaba sigilosa y me abrazaba a tu espalda, te besaba en la nuca como sé que te place, con el mordisco exacto en la medida justa, y sentía tu estremecimiento mudo entre mis brazos llenos de la nada.

 Con el paso de los días, tenía la sensación de que tus cosas se movían de sitio a capricho, jugando con mis ojos al escondite en tus rincones favoritos de la casa. Buscándolos, me encontraba con la sombra de tu silueta balanceándose en la cortina, mecida por el viento que entraba por la escueta rendija de la ventana entreabierta. Entonces, nuestra estancia se llenaba del sonido estremecedor del aria que un día sería la solemne acompañante en la despedida, con el volumen del reproductor in crescendo, como mi tristeza. Toda la música eres tú. Ahí siempre te encuentro, amor. 

Ahora, te escribo en la mesa donde te imagino escribiendo, escribiéndome, escribiéndonos. ¿Qué poema elegiremos hoy para desperezar el día? ¿Qué fantasía nueva para el desenfreno del abismo? ¿Qué nos apetecerá comer? ¿Quién vendrá de visita a media tarde? ¿Con qué piel vamos a desnudar los sueños? Son preguntas al aire, amor, ya lo sabes. 

Abro el poemario por la primera página y leo el primer poema que has elegido compartir en nuestra correspondencia. Esa sensibilidad tuya me ha atrapado desde el principio, todavía más que el jeroglífico de palabras incendiarias que nos robaban el sueño. Creo habértelo dicho ya, pero, por si me he despistado de hacerlo, te lo dejo aquí escrito, pues bien mereces saberlo. 

Sigue leyéndome como yo te sigo leyendo en el mar. Imaginando que el ir y venir del agua en la orilla son tus besos en mis pies y el azul cambiante del océano es tu mirada viva, la del niño esperanzado intentado superar su farallón. La sal de la mar me sabe a ti. El olor de la brisa marina me huele a ti. La palabra mar, siempre serás tú. En todos los mares, te siento eterno.

Mientras te escribo esta carta, Hermes me mira sentado en tu sillón, como un okupa sentimental. ¿Cómo explicarle tu ausencia a nuestro perro? Te extraña tanto que hasta ha perdido las ganas de jugar conmigo, como hacíamos contigo. Algo debe intuir nuestro hermoso amigo, que hasta su mirada ha cambiado.

Hoy estoy melancólica, lo sé. Pero no triste, no te aflijas. Me siento afortunada por haber coincidido en nuestro espacio privado, por muy corto que haya sido el tiempo compartido. La experiencia ha sido una inspiración vital que me sacó de las casillas del tablero anodino en el que languidecía, adormecida en la añoranza, mientras me lamía las heridas de la vida.  Y tú me las besaste con la sutil ternura escrita en un poema.

Duele la ausencia, no lo niego, pero soy feliz si leo el libro en perspectiva. Tenías razón, la eternidad puede ser demasiado corta, pero se me antoja sublime si la imagino contigo.

No me despido, amor. Nunca voy a despedirme de la esencia de tu ser o no ser. Seguiré encontrándote en cada nota de Bach, bailándote en las melodías de las canciones inolvidables y entrecruzando pasos con la nostalgia en un tango a media voz cantado al oído; recordándote en aquella canción francesa en la que, por primera vez, me hablaste de tu vida en la letra de una canción extranjera.

 ¡Te he inventado tanto, amor! Te he leído en tantas cartas el pasado, que no voy a dejar de conjugarnos en presente, aunque solo sea en las letras de una carta abierta hacia el infinito destello del firmamento, por si acaso la ira de Hera se enardece y te devuelve a nuestro universo.

Resplandece sobre nuestro techo, recordándome que ha quedado pendiente el viaje de mis sueños, para regalarte esta luna de plata, allí, en Petra. A cambio, me has dejado en prenda la luz del mar turquesa, escrita en la retina del viaje que soñamos una vez, en África. 

Te beso, como siempre. Hoy en todos los versos del poema de la página veintiuno, tomo primero del poemario. Recién nacía octubre del año 20. Entonces, no todo acabó mal. Los días venideros regresaron, plenos de porvenir, para calmar la sed de los sueños, como veleros regocijándose en la mar de los buenos vientos.

 

                   * Diario de un barco sin remos, año 23

 

                                                             © Carmen Ferro.   




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