© Carmen Ferro. |
Querido Clyde:
Te hablaré en presente, amor,
porque sé que nadie se va del todo mientras alguien le tenga presente en sus
pensamientos. Y yo no dejo de pensarte, como he hecho siempre.
Al principio, creía verte cuando
llegaba a casa, distraído en la lectura de los cuentos, escuchando la música que a ti tanto te gusta. Entonces, me acercaba
sigilosa y me abrazaba a tu espalda, te besaba en la nuca como sé que te place,
con el mordisco exacto en la medida justa, y sentía tu estremecimiento mudo entre
mis brazos llenos de la nada.
Con el paso de los días,
tenía la sensación de que tus cosas se movían de sitio a capricho, jugando con
mis ojos al escondite en tus rincones favoritos de la casa. Buscándolos, me
encontraba con la sombra de tu silueta balanceándose en la cortina, mecida por
el viento que entraba por la escueta rendija de la ventana entreabierta.
Entonces, nuestra estancia se llenaba del sonido estremecedor del aria que un día sería la solemne acompañante en la despedida, con el volumen del reproductor in crescendo,
como mi tristeza. Toda la música eres tú. Ahí siempre
te encuentro, amor.
Ahora, te escribo en la mesa
donde te imagino escribiendo, escribiéndome, escribiéndonos. ¿Qué poema elegiremos
hoy para desperezar el día? ¿Qué fantasía nueva para el desenfreno del abismo?
¿Qué nos apetecerá comer? ¿Quién vendrá de visita a media tarde? ¿Con qué piel
vamos a desnudar los sueños? Son preguntas al aire, amor, ya lo sabes.
Abro el poemario por la primera
página y leo el primer poema que has elegido compartir en nuestra correspondencia.
Esa sensibilidad tuya me ha atrapado desde el principio, todavía más que el jeroglífico
de palabras incendiarias que nos robaban el sueño. Creo habértelo dicho ya, pero, por si me he despistado de hacerlo, te lo dejo aquí escrito, pues bien mereces saberlo.
Sigue leyéndome como yo te sigo
leyendo en el mar. Imaginando que el ir y venir del agua en la orilla son tus
besos en mis pies y el azul cambiante del océano es tu mirada viva, la del niño
esperanzado intentado superar su farallón. La sal de la mar me sabe a ti. El
olor de la brisa marina me huele a ti. La palabra mar, siempre serás tú. En todos
los mares, te siento eterno.
Mientras te escribo esta carta,
Hermes me mira sentado en tu sillón, como un okupa sentimental. ¿Cómo
explicarle tu ausencia a nuestro perro? Te extraña tanto que hasta ha perdido
las ganas de jugar conmigo, como hacíamos contigo. Algo debe intuir nuestro
hermoso amigo, que hasta su mirada ha cambiado.
Hoy estoy melancólica, lo sé.
Pero no triste, no te aflijas. Me siento afortunada por haber coincidido
en nuestro espacio privado, por muy corto que haya sido el tiempo compartido.
La experiencia ha sido una inspiración vital que me sacó de las casillas del tablero anodino en el que languidecía, adormecida en la añoranza, mientras me lamía las heridas
de la vida. Y tú me las besaste con la sutil ternura escrita en un poema.
Duele la ausencia, no lo niego,
pero soy feliz si leo el libro en perspectiva. Tenías razón, la eternidad puede ser demasiado corta, pero se me antoja
sublime si la imagino contigo.
No me despido, amor. Nunca voy a
despedirme de la esencia de tu ser o no ser. Seguiré encontrándote en cada nota
de Bach, bailándote
en las melodías de las canciones inolvidables y entrecruzando pasos con la
nostalgia en un tango a media voz cantado al oído; recordándote en aquella
canción francesa en la que, por primera vez, me hablaste de tu vida en la letra
de una canción extranjera.
¡Te he inventado tanto,
amor! Te he leído en tantas cartas el pasado, que no voy a dejar de conjugarnos
en presente, aunque solo sea en las letras de una carta abierta hacia el infinito
destello del firmamento, por si acaso la ira de Hera se enardece y te devuelve
a nuestro universo.
Resplandece sobre nuestro techo,
recordándome que ha quedado pendiente el viaje de mis sueños, para regalarte
esta luna de plata, allí, en Petra. A cambio, me has dejado en prenda la luz
del mar turquesa, escrita en la retina del viaje que soñamos una vez, en África.
Te beso, como siempre. Hoy en
todos los versos del poema de la página veintiuno, tomo primero del poemario.
Recién nacía octubre del año 20. Entonces, no todo acabó mal. Los días
venideros regresaron, plenos de porvenir, para calmar la sed de los sueños,
como veleros regocijándose en la mar de los buenos vientos.
* Diario de un barco sin remos, año 23