domingo, 16 de noviembre de 2025

POLARIS

 

                       

 


                                                

En casi todas las familias hay un iluminado y en la nuestra tenemos a mi primo Abelino. Ya desde pequeño mostraba gran afición por el universo y la chatarra.

No es que acumulase basura sin ton ni son. Nada más lejos. Aprovechaba las cosas que otros desechaban para construir el vehículo espacial con el que pensaba explorar las estrellas.

Tenía imaginación, ingenio y tenacidad a raudales. Además, contaba con la colaboración entusiasta de su hermana y de esta que lo cuenta. Juntos ensamblamos, lata a lata, el artilugio que nos transportaría al espacio.

            Un viernes, a mediados de noviembre, sobre las ocho de la tarde, nos embarcamos en nuestro peculiar transbordador. Desde lo alto de la fortaleza que vigila la ciudad, partimos rumbo norte hacia el mundo estelar.

Pasó lo irremediable. A los pocos minutos, caímos suavemente. ¡Menos mal!

—Llegamos—dijo el capitán.

—¿A dónde? — preguntó su hermana, yo había quedado muda del susto.

—A Polaris.

—Pues creo que hemos alunizado en el árbol de Navidad—intenté decir.

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

No sé si me cegó más la ira o la intensidad de millares de luces led inundando las calles de color. Tanta faena, para acabar haciendo el ridículo de esa manera.

 La gente aplaudía y se desgañitaba entusiasmada al ritmo del inagotable villancico de María.

—¡Mira, mira! —gritaron unos niños—¡Hay duendes colgados en la estrella!

Menudo bochorno. Cientos de dedos nos apuntaban. Mientras, Abelino anunciaba sin complejos: 

                ¡Ya es Navidad en el planeta tierra!


                                                                 © Carmen Ferro. 

 




POLARIS

                                                                               En casi todas las familias hay un iluminado y en la nuestra...