sábado, 12 de febrero de 2022

LA JOYITA DE LA SEÑORA

 

 


 


 

  

 Nadie dudaría de Manuela, una mujer honesta que solo va a ese lugar a trabajar duramente, sin horario definido. Su labor es tener las habitaciones siempre dispuestas, impecables para los siguientes huéspedes, temporales, como su contrato. A cambio de un salario raquítico, le exigen ser discreta y eficiente. Todo debe relucir como recién estrenado, a cualquier hora del día o de la noche, para los clientes de La casa de Lola. Y ella siempre cumple, servicial e invisible.

Su abuela le enseñó desde pequeña que “si en la vida bien quieres estar, debes saber oír, ver y callar”. Y esa enseñanza la lleva por bandera. Por eso jamás cuenta que por La casa, van y vienen señores y señoras muy respetables (y no), que entran y salen sigilosos como zorros, dejándolo todo manga por hombro.

Después, la pobre Manuela se esmera al recoger los restos de la fiesta.  Y limpia hasta que el yacusi reluce como nuevo para los próximos que están por llegar.

En ocasiones, algunos despistados dejan atrás algo de valor y ella siempre lo entrega en recepción, como dicen las normas, a pesar de saber que pocos regresan a reclamar que es lo suyo.  

La primera, y única vez, que Manuela se atrevió a romperlas, fue hace dos semanas.  Alguien olvidó  entre las sábanas una bonita pulsera y ella se la quedó. No dijo nada a nadie, se la llevó a casa y la guardó entre sus baratijas. Es preciosa, perfecta para la boda de mi niño, pensó.

Sabía que era una joya verdadera, por el peso. De reluciente oro blanco  con diminutos brillantes incrustados y el cierre roto, un simple detalle sin importancia. Ni en sueños se hubiese imaginado que la insensata señora descuidaría semejante alhaja en aquella cama de paso.

«Ay, Manuela, Manuela piensa bien en la que vas a meterte, hija mía, te vas a buscar la ruina», parecía estar escuchando a su abuela en la conciencia.

 «Ni muerta me dejas tranquila, abuela. Solo la pondré ese día. Voy a ser la madrina de la boda y es una ocasión importante. Solo esa vez, te lo prometo. Después  le diré a Ramón que la venda, que el dinero nos hace buena falta».

Y el día llegó, radiante de sol. Como Manuela llevando a su hijo del brazo al altar, luciendo palmito. Ramón, el padre del novio, se las apañó como pudo para poner la joya en la amplia redondez de la muñeca de su mujer. Enlazó con destreza una cadenita a los dos extremos del adorno y la sujetó con doble nudo, después de colgar en ella al famoso osito de moda.

—Este que no falte, que es de plata de la buena—le dijo ella.

Y se hicieron muchas fotos que, ¡ay!, compartió en las redes sociales: #Postureofino#boda#Iván, tan segura ella de que nadie sospecharía que en su muñeca de choni de barrio lucía una joya real.

Pero, ¡ay, Manuela!, que los Señores dueños de la joyita llevaban días siguiendo tu rastro virtual. 

— Mira esto, Cris. ¿Qué te había dicho? Si es que esta gente al final siempre cae. Les puede el ego exhibicionista.

— ¡Oh, qué cara tiene! No me extraña, cari.  Así es la plebe.

—Tampoco lo tuyo ha sido muy inteligente, cuqui. Solo a ti se te ocurre ponerte esa pulsera para ir a ese antro.

—No, Nacho. No voy a permitir que me hagas sentir culpable. A ver, tú, que eres tan espabilado, ¿no pudiste advertirme de que tuviese cuidado con esos detalles?

—Ni me había fijado, Cristina. Te imaginaba más lista, la verdad… 

—Ahora a ver cómo decimos que la pulsera que lleva la señora de la foto es mía. ¡Ay, señor qué estrés!

—Un regalo que me costó una fortuna, querida. Sabías que es una pieza única, deberías cuidarla más.

— Lo siento en el alma, amor... ¿Y si le mandamos un recadito para que recapacite?… Esa gentuza enseguida achanta, por cuatro duros nos la devuelve, estoy segura.

— Ella sabe que no vamos a decir nada, Cris. Estábamos dónde nunca deberíamos estar...

—La idea fue tuya, cari. Querías emociones fuertes, mezclarnos en el anonimato… Y ahora… ¡Qué vergüenza! Un lío más en esta familia. No quiero ni imaginarme si el taxista se entera de que era yo la morenaza que llevaba los jueves por la tarde a La casa de Lola.

—Necesitamos romper la monotonía, cariño. Decías eso, ¿lo recuerdas?  

—Sí. Pero nos hemos metido en un buen lío por ese vicio tuyo.

—Y tuyo, Cris… Que al final también le has cogido el gustillo… ¡Pero a quién se le ocurre ir enjoyada a esos sitios!

—Un despiste lo tiene cualquiera.

—Pero es que tú no eres cualquiera, cuqui. No puedes permitirte estos fallos.

—Lo sé, qué le voy a hacer... toda la vida han ido detrás recogiendo mis cosas.

—Pues mira las consecuencias… Ahora tu despiste lo luce una puñetera camarera de habitaciones.

— ¡Encima se ríe en nuestra cara!

— ¿Crees que aún nos queda algún escolta leal?

— ¡Pues claro! Si ya están todos curados de espanto… Eso sí, diles que la perdí esquiando. Y, por favor, que intenten no montar otro escándalo con la prensa. Dales el dinero que pidan, ya arreglaremos las cuentas cuando volvamos a Suiza.

 


                                                                                                                       © Carmen Ferro.   

EL REINO DEL ENREDO

               En el reino de las fábulas, pájaros cantores vuelan saltando de rama en rama, ambientando con sus trinos el bosque de men...