Esta vez toca divertirse.
Mi marido me miró
desconcertado cuando comencé a sacar cosas de la bolsa de deporte. Sus orejas enrojecieron
al instante, parpadeaba rápido (cuando está nervioso no puede evitarlo). Cosas
realmente extrañas: una peluca roja, guantes largos, medias negras (de rejilla),
unas botas rojas altas (muy altas), corsé de cuero negro a juego con una
minifalda estrecha. Una caja de condones,
una cuerda, esposas, fulares de seda, una máscara veneciana, otra de Batman… En
fin, todo el carnaval cabía allí dentro.
—La encontré esta
mañana en el garaje—le dije mientras vaciaba el contenido en la mesa—, en el
armario donde guardas las cosas de ciclismo. Un kit completo, ¿para subir al
Tourmalet? Supongo.
—Te cuento, cariño… no
es lo que estás pensando…—balbuceó.
— ¿No me irás a decir
ahora que todo esto es para atracar
bancos?, ¿o sí?
—No. No es mía… digo…sí,
es mi mochila, pero lo que hay dentro no.
— ¿Ah, no? Resulta que todo
esto es de tu hermana Charo.
— No, no es de Charo…
— Voy a hacer café, cariño,
que esto va para rato... Estoy deseando escuchar tu cuento. Esmérate para que
me lo crea, ya sabes que hace tiempo que perdí la inocencia.
Raúl miraba las prendas esparcidas en la mesa, y
yo podía escuchar el eco de sus dos neuronas preguntándose: «a ver cómo
explicamos esto».
—Es… es de Carlos, me
pidió que se la guarde hasta que vuelva de Italia… Ni idea de lo que tenía, te
lo prometo. Lo juro por…
— ¡Eh! Cuidadito con los
juramentos, mejor cuéntame la película: y como no tenías ni idea, la guardaste
bien escondidita… Claro, ¡tiene mucha lógica!
—No quería que tú la encontraras—. De pronto pasó al ataque— ¿Qué
coño buscabas ahí? ¡¿Eh?! ¿Qué se te perdió en mi armario? ¿Rebusco yo en el
tuyo, acaso? ¡Es que no respetas nada, joder! ¡Eres invasiva!
Trate de no alterarme.
Le conozco, cuando se pone nervioso (y no tiene excusas), grita. Esa vez no le
seguí el tono. Hablé pausada y con sorna, que eso sí que le jode.
— Mira, cielo, en esta
mesa tienes toda tu dignidad en cueros.
— ¡Que te digo que no es mía, coño!
— ¡A mí no te me pongas
gallito! Uy… ¿no seréis?... ¡¿Tú y Carlos?! ¡No me lo puedo creer, Raúl!
Mientras hacía el café
recordé aquella tarde con Carlos en la cama de María. Recuerdos confusos,
estaba demasiado borracha de sangría. Las barbacoas a veces se nos iban de las
manos. Y esa vez Carlos y yo… pues eso, que lo pasamos bien. No imagino a
Carlos vestido con medias de rejilla y esas botas, ¡por dios!
Mesa completa. Café, dos chupitos y la botella de güisqui,
el punto débil de mi queridísimo marido. Se lo tomó de golpe y lo volví a llenar.
Yo vacié el mío despacio. No le dejé pensar, entre sorbo y sorbo, volvía a
llenárselo. Estaba tan nervioso que ni se enteraba, los bebía como agua. Y al quinto se le soltó la lengua:
—Todo empezó con una
broma. Una apuesta tonta. Vimos el anuncio en la sección de contactos y nos
hizo mucha gracia: «Se necesita chico de compañía por horas. Pago bien». Ya
sabes cómo es Carlos… ¡No hay huevos!, le dije, ¡¿Qué no?! Y va y llama desde
mi móvil para preguntar cuánto. Al día siguiente
me llamó una mujer, voz seductora, sugerente… Vaya, que me pudo la curiosidad y
fui a la cita. El amigo Carlitos se me había adelantado a la chita callando.
Allí estaba, con una mujer altísima, espectacular. En una casa que, vamos,
pobre no era la muchacha… Nos sirvió las copas en el jardín, cerca de la
piscina.
Serví más güisqui,
también para mí. Tenía que soportarlo, si iba a
matarlo debía conocer los motivos
al detalle. El crimen pasional quizás sea un atenuante, pensé. Mientras, él
seguía hablando:
—Ella se quitó el
vestido y se quedó en tanga… ¡Qué cuerpazo! Se metió en el agua despacio… una
tentación diabólica, compréndelo… Carlos se tiró de cabeza. Yo no. Me preguntaba
qué cojones hacía allí… Bucearon un rato y me invitaron a lanzarme. No quise,
ya sabes que no nací para pez.
Raúl ya estaba
borracho. Yo no salía de mi asombro imaginando el cuadro. No se cortaba un
pelo, lo contaba con la mayor naturalidad del mundo:
—Salieron del agua en
pelotas, tal cual. La tía: ¡un tipo con aparato! Y Carlitos allí, animado, como
si nada. ¡En su salsa, vamos! Yo no, eh, eso que te quede claro… ¿Estás
incómodo, corazón? Relájateme, me dijo ella… él… bueno… eso, que Carlos me
recordó lo que pagaba por hora. Eché cuentas… ¡el sueldo de una semana en una
tarde! ¿Tú qué harías? Quedé, dentro de
la casa, ¡eh!, ya sabes que yo para esas cosas soy muy cortado. No me tocaron
un pelo, nena, solo tenía que darles con el látigo cuando lo ordenase él ella. Era la mía, darle a Carlos su
merecido por lo que te hizo… El látigo los excitaba. Y yo ¡zas, zas, y zas!… Nunca
te dije nada, pero un día, que iba con la cogorza, Carlos se fue de la lengua y
me lo contó todo… Total, a lo
que iba: volvimos otra tarde y el maromo invitó a una amiga, esa sí, se llamaba
Corina. Cobramos el doble… A Carlos
quise pegarle ya aquel día, pero su sinceridad me desarmó. A a ti te perdoné,
recuerdo que estabas muy borracha y ni te enteraste ni te acuerdas ¿O sí te
acuerdas?... Bueno, ahora eso da igual… Lo pasado, pasado está ¿no, cariño?... Todo
es de ellos. Objetos de las sesiones. La bolsa es de Carlos, ¡te lo juro!
— Menudo cabronazo tengo en casa… ¡¿Y conmigo
vas de clásico?! Eso sí que es imperdonable.
— ¿De dónde piensas que ahorré para el crucero
por los fiordos noruegos del año pasado? ¿De las extras del taller?
—Bueno, tienes razón,
cariño. Lo pasado, pasado está. ¿Terminamos la botella? Total para lo que queda…