¡Atención! Dijo la perrita Ava ladrando bien fuerte, para ser oída
por todos, subida en lo alto de la fuente central del patio.
Ella, la favorita del dueño, es la encargada de comunicar las órdenes
importantes a los demás habitantes de la granja. Solo tiene esa tarea. Así que,
cuando Ava ladra, todos deben atenderla.
— ¡Abrid bien
vuestras orejas! Tengo algo muy importante que deciros, de parte del
señor Moncho, el amo y señor de todos los que aquí estamos.
Presten
atención al decreto, porque esto va a ser todo un reto. Escuchen en
silencio y con respeto.
Al fondo del patio, cerca del gallinero, las gallinas susurraban cacareos.
Unas avisaban a las otras de que se hiciese el silencio.
Ava ladró de nuevo, y cuando todos estaban atentos alrededor de la fuente,
empezó el discurso diciendo:
—Se nos hace saber a todos que, a partir de mañana, debemos estar en
silencio y quietos, hasta que se nos diga cuando podemos
movernos.
—Pero eso es una tontería ¿Cómo vamos a estar quietos y en
silencio, si en la granja el señor gallo nos despierta antes del día?—dijo el
mayor de los cerdos apoyado en la verja de la pocilga.
—Pues sí, señor puerco. Y aunque nos parezca de cuento, resulta que ahora
hay humanos que vienen al campo a escuchar el silencio. Y solo toleran el canto
de los pájaros. Eso sí, de los que no canten demasiado temprano. Solo de esos.
Por eso nos advierten a todos, que debemos respetar su descanso, hasta que
nos den permiso para ser como debemos.
—Kikikí—rió el señor gallo—Yo canto cuando debo. Así lo aprendí de mi
padre, que antes lo aprendió de mi abuelo. Y si no quieren que cante que me
corten el cuello, a ver luego quién fecunda los huevos del gallinero.
—Sobre todo se le advierte a usted, señor gallo, que es el más madrugador.
Se le ordena retrasar su reloj. A partir de ahora ya no podrá avisarnos
a todos de que despunta el alba. Tendrá que esperar callado a que el dueño de
la granja se lo ordene.
Y así estaremos todos. En silencio, cada uno en nuestro sitio, hasta que se despierten los huéspedes de la casa de turismo rural. Que si los despierta el canto del gallo se molestan y protestan.
Y así estaremos todos. En silencio, cada uno en nuestro sitio, hasta que se despierten los huéspedes de la casa de turismo rural. Que si los despierta el canto del gallo se molestan y protestan.
Y por si a alguno le tienta la desobediencia, tengan presente siempre, que
de los ingresos de nuestro dueño depende nuestro sustento. Por eso
debemos tomarnos esta orden muy en serio, de lo contrario pueden rodar
cabezas. Y ya saben lo que eso significa—Dejó bien claro la perrita.
—Cacaracá cacacá—se alborotó el gallinero—si se ponen así de bordes a ver
quién pone los huevos.
—¡Sin rechistar!, señoras gallinas, dejen ya sus cacareos. A partir de
ahora canten sólo cuando pongan huevos, y los niños de los huéspedes vendrán a
recogerlos. Así estarán calentitos cuando vengan a por ellos.
Y las que están incubando, que avisen cuando eclosionen los pollitos. ¡Disfrutan tanto, los niñitos! Ahora es así la vida, esto es lo que tenemos. ¡Adaptémonos!
—¡Que se adapten ellos!—dijo orgulloso el señor pavo, exhibiendo el plumaje
colorido de su cola—Si no nos rebelamos acabaremos siendo sus esclavos. Y yo me
niego. Ya es suficiente con el producto que les ofrecemos.
Las ovejas, en una esquina, escuchaban sin dar crédito. Resulta que sus
balidos ahora eran molestia para humanos soberbios.
—¡Urbanitas pretenciosos! No prestaré a mis borreguitos para que les
acaricien los rizos de lana sus lindos niñitos. Se acabaron las fotitos y los
selfies con mis hijitos.
—Yo balaré cuando me salga del badajo—dijo el cordero macho— Que
para eso tengo los cuernos más retorcidos del barrio. Soy el patriarca de media
granja. ¡A mí estos no me callan!
Las vacas y los terneros rumiaban sin decir ni mu. Hasta que Malú, la más
vieja, abrió la boca y bramó:
— Berraré cuando me salga de los cuernos. Porque tengo mala leche y si me
enfado, se me cuaja hasta el yogur.
Las cabras quedaron calladas, apenas había cuatro, y les importaba un bledo
las órdenes del mandatario. Siempre hacían lo que querían, no iban ahora a
cambiarlo.
—Entonces votemos la respuesta que vamos darle al señor. Yo solo soy la
portavoz, diré lo que ustedes decidan. ¿Obedecemos o no?
Que levanten la pata los que estén a favor de obedecer la orden del patrón. ¿Ni una pata alzada? ¡Concluye la reunión!
Se acuerda por asamblea que no nos
callarán ¡No señor!
Ava abandonó el puesto de mando de un salto y se fue directa a casa del amo para comunicarle lo acordado.
Muy solemne, y sin mover el rabo, le
dijo en cuatro ladridos lo que habían decidido:
—Muy señor mío, como portavoz de mis compañeros de la granja, le
transmito la resolución acordada en asamblea, por unanimidad y a pata alzada.
Le hago saber nuestra absoluta disconformidad con las órdenes recibidas.
Resumiendo, señor amo, le lamió junto al oído:
Dígales a esos señores, que si
vienen a disfrutar de nuestro campo, que se adapten y nos respeten.
También somos seres vivos, con derechos ¡que se enteren!
Que madruguen. Que aprovechen el fresco de la mañana para airear sus
pulmones inflados de co2. Así tendrán menos tos.
Que allí de donde ellos vienen, ni los perros pueden
andar sin correa. Así que… ¡Ea!
© Carmen Ferro.