Antes de abrir la puerta se miró en el espejo una vez más. Otra más
de cien.
Detrás de aquel reflejo de mujer fatal, estaba ella, disfrazada
para la ocasión.
La emoción brotando por los poros de su piel
trémula, apenas cubierta por la negra transparencia del encaje de
seda. Sin rincones para la imaginación.
Observó su estatura crecida, sosteniendo el equilibrio
sobre los tacones imposibles de unos zapatos de
piel de tigre barato. Los labios rojos y la mirada remarcada en el negro
intenso de mujer de mal vivir.
Así quería presentarse: transparente.
Recta, sonriente y cristalina, giró con decisión el pomo de la puerta del cuarto de alquiler.
Su mundo se abría al universo incierto que aún lleva tatuado en la memoria de la piel.
Jamás regresó de aquel invierno.
© Carmen Ferro.