CONFESIÓN PÓSTUMA
Esta historia pasó hace tiempo, pero podría haber
sido ayer, o hace un cuarto de hora.
Es una de tantas historias que nunca ven la luz,
que viven escondidas bajo el telón de un falso olvido, silenciadas por la
vergüenza y la culpa injusta.
Quizás escribirla fuera su única venganza posible.
Solo quién conoció bien a Manuela podría atar cabos. Yo acabo de atarlos y me
duele enormemente no poder hacer nada más que ventilar estas dos hojas, amarillentas
y arrugadas, que me gritan que las libere del olor a moho en el que se
han ahogado por tantos años. Mejor así.
“Fue la
primera vez más dolorosa y traumática de
mi vida. Me la robó mi primer jefe, un hombre mayor de más de
cuarenta años. Yo apenas tenía diecisiete.
Me contrató como secretaria de su taller, y
bien pronto se quiso cobrar el favor. Lo hizo un viernes a última
hora del día, cuando su ayudante se había marchado. Me retuvo con la excusa de
revisar unas facturas. Cerró el portón del taller con llave y subió a la
oficina donde yo estaba trabajando, una hora de más que nunca llegué a
cobrar.
El tipo no se anduvo con rodeos. Se
aproximó por detrás de mi silla y directamente me atrapó con sus zarpas. Apretaba
mis pechos sin piedad, mientras pedía que no me quejase.
— No te enojes conmigo, mi reina, ya verás
como terminas agradeciéndomelo.
Sus palabras resbalaban por mi cuello desde
su boca babosa, mientras me desabrochaba el sostén. Estaba
paralizada por la sorpresa de ese ataque inesperado.
Me ordenó levantarme. Él nunca pedía las
cosas, que para algo era el jefe. Obedecí asustada y perpleja por su
comportamiento tan brusco conmigo.
De un manotazo desparramó por el suelo lo
que había sobre la mesa, y me sentó encima mientras me subía la falda hasta la
cintura.
Lo que pasó después soy incapaz de
contarlo. Lo recuerdo todo perfectamente. Sigue latente en mi piel,
pero no quiero verbalizarlo. Aún me siento acorralada y muerta de asco, por el
recuerdo de su saliva maloliente de fumador rancio.
El único tacto que tenía aquel animal
embravecido conmigo, era la insistencia de sus manos grasientas despojando mi
intimidad.
—Pórtate bien, niña buena, que esto
te lo voy a recompensar. Ahora solo relájate y pásala bien con tu jefecito, que esto lo vas a recordar toda tu vida.
Pude gritar. Pude quejarme. Pude protestar.
Rehusarle. Morderle. Empujarle. Y no lo hice. Tampoco lloré. Pensaba en aquel
amigo del que estaba enamorada. Pensaba en la madre Aurora, esa monjita amorosa
a la que tanto quise en el internado. Pensaba en que a partir de ese día, la
flor más preciada de mi cuerpo estaba marchitada para siempre.
Mi mente se escapó de mi cuerpo, ultrajado por
la bravura de aquel toro tomándome sin permiso. Cerré los ojos para
no ver más aquella cara encelada en la que se transformó el amable hombre del
taller del barrio. Me apestaba su olor a perro, su humedad caliente y la grasa
de sus dedos deformes. Dejé de escuchar sus palabras, jadeantes y entrecortadas,
rogándome lo imposible.
—Relájate, niña, que te dolerá menos
Sabía que no tenía opción. Me dejé
hacer. No seguí resistiéndome a que aquel ser babeante entrase en mi cuerpo
inocente. Me abandoné al son de sus embestidas mientras sentía sus
sucias uñas clavándose en mis nalgas. Pensé que quizás sería lo
mejor para que el tormento terminase cuanto antes. Hice lo correcto.
Tampoco puedo contar como terminó
aquello. Aún siento arcadas al recordar sus palabras mientras dejaba a mi lado
el rollo de papel de manos.
—Tranquila, no te quedarás preñada. Ya
puedes vestirte, nena.
Lo gasté todo en limpiar el hueco de dolor
ensangrentado que aquel cabrón dejó en mis carnes. Me fui al baño a lavar
lo mejor que pude mi cuerpo, antes de irme para siempre de aquel
taller de mierda.
Metí en una maleta todas mis desilusiones y
abandoné el pueblo. Nunca se lo agradecí. Solo tuvo razón en una cosa, aquella pesadilla no la olvidé
jamás”.
Nunca me habló de esto. Solo dejó el
testigo de estas hojas escritas en tinta negra que ayer encontré entre un libro
viejo de su cuarto. Como una confesión póstuma.
Ahora entiendo muchas cosas, Manuela. Mi amor.
Un relato dolorosísimo que deja una huella de rabia e impotencia. Muy bien contado, Carmen.
ResponderEliminarUna historia dura y desagradable narrada con vigorosa crudeza.
ResponderEliminarSuerte en el concurso de "El Tintero".
Te invito a conocer mi blog: castroargul3.blogspot.com.es
Saludos cordiales, Carmen.
Una historia dura y desagradable muy bien contada, parece mentira y quizás es una verdad de muchas muchachas que lo han vivido y ha sido imposible contarlo. Un abrazo.
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